Sue tiene 59 años y es de West Yorkshire. Le diagnosticaron Crohn en 2014, tras 30 años con colitis ulcerosa.
Era el momento de considerar la opción quirúrgica
En mi tercer ingreso hospitalario, el 1 de junio de 2015, estaba claro que las cosas iban a peor. Mi Crohn se había extendido y no respondía a ninguna intervención médica. Ya no me quedaban fármacos que probar y, desde luego, no podía seguir en el estado en el que me encontraba, así que había llegado el momento de plantearme la opción quirúrgica.
Mi marido y yo lo hablamos y, con su apoyo, tomé la decisión de operarme lo antes posible. Una vez tomada la decisión, todo empezó a moverse con rapidez. Se programó la operación y las enfermeras estomaterapeutas me visitaron para explicarme el procedimiento y darme más información sobre cómo vivir con un estoma. Debo admitir que en aquel momento estaba asustada, pero soy una persona práctica y sabía que tenía que buscar lo positivo y ponerme manos a la obra, porque lo que más quería era recuperar mi vida.
Leí todo lo que pude antes de mi operación.
Pasé los tres días anteriores a mi operación leyendo todo lo que pude sobre lo que estaba a punto de ocurrirme. Visité todos los sitios web relevantes y utilicé el kit de demostración de cuidados del estoma de Coloplast que me dejaron las enfermeras de ostomía. El kit te permite hacerte una idea postoperatoria de cómo será la vida con un estoma, lo que me resultó muy útil, ya que era una forma muy práctica de abordar algunas de las preocupaciones que tenía sobre el uso de una bolsa de ostomía.
La operación fue bien y siete días después me dieron el alta con muchos folletos y consejos sobre la mejor forma de recuperarme.
Sabía que era importante no exagerar.
Esperaba tener algunos problemas para moverme debido a los puntos y sabía que era importante no exagerar porque las heridas internas tardarían en curarse, pero pensé que una vez que me quitaran los puntos sería un poco como superar una mala gripe y volvería al gimnasio a hacer ejercicios ligeros en un par de semanas y a estar en plena forma poco después.
Ahora sé a qué se referían los médicos cuando decían que había que tomarse las cosas con calma y escuchar a tu propio cuerpo. Había días en los que me despertaba sintiéndome en forma y con ganas de salir, pero para cuando me lavaba y me vestía ya había perdido toda mi energía y me apetecía descansar. Si me esforzaba más, y a veces lo hacía, acababa sintiéndome bastante mal. Pronto aprendí que tenía que dejarme llevar por la corriente y descansar cuando mi cuerpo me lo pidiera.
Mi forma física empezó a mejorar
En seis semanas pude volver al gimnasio. Me limitaba a hacer ejercicios muy ligeros, como caminar en la cinta y algunos ejercicios ligeros de brazos y piernas, pero era un comienzo y algo en lo que apoyarme. En las semanas y meses siguientes, mi forma física empezó a mejorar y pude aumentar la intensidad de mis ejercicios fijándome pequeños objetivos. Además, para alivio de mi marido, pude retomar algunas de las tareas domésticas que él había tenido que asumir mientras yo estaba enferma.
Para centrar mi recuperación, empezamos a hacer planes para un viaje a Nueva Zelanda
Mi siguiente objetivo era volver a nadar. En enero de 2016 mi herida estaba casi curada y estaba deseando darme mi primer chapuzón en la piscina del aeropuerto de Changi, Singapur, de camino a Nueva Zelanda.