Wendy: An awakening

Wendy: Un despertar

Cómo Wendy pasó de no querer nunca una bolsa a casi sentir pena por la gente que no tiene una.

No quería una bolsa. Nunca quise una bolsa. Cuando me diagnosticaron Crohn a los
19 años, ni siquiera se mencionó la bolsa. Cuatro cirugías más tarde, se planteó como una posible opción, que desestimé por completo.
Wendy with her family

Ejemplo de la vida sin bolsa

A lo largo de mis veinte años, mientras me sometía a una operación tras otra, fingía que nunca me sometería a "esa" cirugía. Durante ese tiempo conocí al menos a tres personas con bolsas. Todas mujeres, todas en la misma sala, todas hablando maravillas de sus nuevas vidas con bolsas.

Las escuché, compartí su alegría por su nueva forma de ser, y pensé: "Sí, pero tú sigues aquí, en el hospital, sometiéndote a más operaciones, ¿no?”

Me convertí en un ejemplo que animaba a no tener bolsa, en ese momento pensaba “miradme: apenas me queda colon, pero sigo haciendo caca por el mismo sitio que la gente "normal". ¡Ja!”

Cómo una comida lo cambió todo

Luego, cuando tenía 26 años y vivía con el hombre que ahora es mi marido, comí algo que no debía, bueno, comí comida china en un sitio que juraba que no tenía glutamato en su comida, y me pasé muchas horas vomitando,

ninguna hora haciendo caca, y finalmente desperté a mi entonces novio y le dije que mejor me llevara al hospital.

Mi estómago estaba duro y distendido, y sabía que eso significaba más cirugía. También sabía que significaba algo más, algo que me había estado negando a aceptar durante demasiado tiempo.

En el hospital, despertaron a mi cirujano, que se encontraba a unos kilómetros de distancia, para que me atendiera y, al llegar, me cogió la mano, me miró a los ojos y me dijo: "Sabes lo que significa esto, ¿no? Y así fue.

Wendy tells her story

"¿Será capaz tu pareja de afrontarlo?"

Una enfermera especializada en estomas entró en mi cubículo, me dijo que podría seguir duchándome, nadando y manteniendo relaciones sexuales, y me preguntó si
había algo más que necesitara saber. Negué con la cabeza, en silencio, y me pareció suficiente por el momento.

Entonces me preguntó si tenía pareja, asentí con la cabeza. “¿Será capaz de aguantar o te dejará?", quiso saber. Le dije que ya lo habíamos hablado y que estaba bastante segura de que se quedaría, aunque llevaba un rato aparcando el coche, ahora que lo pensaba.

Apareció un par de minutos más tarde y ella le dio un puñado de libros, diciéndole que yo estaba a punto de tener una bolsa y no tendría tiempo para leer la literatura, pero que él podría hacerlo mientras yo estaba en el quirófano y luego se fue. Esa fue mi primera experiencia con una enfermera estomaterapeuta.

¿Dónde está mi bolsa?

Cuando me desperté de aquella operación, me llevé la mano al lugar donde habían marcado la "x" en mi vientre. Incluso después de la anestesia, recordaba exactamente dónde había estado. Allí no había nada. No había bolsa. Pregunté a la enfermera de recuperación dónde estaba mi bolsa y me puso la mano en el otro lado del abdomen.

Me quedé confundida por un momento: ¿por qué no la habrían puesto donde yo quería? Entonces me di cuenta de que la bolsa que estaba tocando me resultaba familiar: era un drenaje para heridas. Todavía no tenía una bolsa de ostomía.

Sin opciones

Después de eso, fui la abanderada: me quedaban diez centímetros de intestino y no tenía bolsa. ¡Bien por mí!

Así fue durante otros veinte años. Durante los últimos cuatro, estuve casi siempre en la cama, lisiada por la enfermedad de Crohn y todas sus complicaciones asociadas, arrastrándome al baño hasta 29 veces al día, con el ano gritando y en carne viva, y mi alegría por no tener bolsa empezó a resentirse.

Así que le dije a mi gastroenterólogo que estaba preparada, hacía tiempo que había dejado de sugerirme una bolsa, siempre había pensado que me moriría antes que tener una, pero finalmente supe que se me habían acabado las opciones. Tenía más de cuarenta años, estaba casada y tenía un hijo adolescente, y realmente quería dejar de sufrir y salir de la cama.

Una gran mejora

En septiembre de 2010, me desperté para encontrar una bolsa de ileostomía exactamente donde se había marcado mi "x". No podía estar más contenta.

Casi cuatro años después, nunca he tenido un momento en el que deseara no tener una bolsa. A veces me da pena la gente que todavía tiene que hacer caca a la antigua usanza; parece tan primitivo, de alguna manera. ¿Por qué hacer eso cuando se puede tener un sistema superior de gestión de residuos que disfrutamos unos pocos afortunados?

Supongo que, si sólo vas una vez al día, no es un problema, pero en mi mundo, ha supuesto una gran mejora.

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